La adicción en nuestra sociedad

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La relación entre el ser humano y las sustancias potencialmente adictivas es compleja, con facetas tanto positivas como negativas. Muchas de las sustancias hoy consideradas nocivas han sido empleadas por comunidades alrededor del mundo tanto con fines médicos como para ritos y tradiciones. Sin embargo, estas mismas sustancias también han sido usadas en la búsqueda del placer o la evasión, y suelen poseer propiedades farmacológicas que pueden crear adicción. La adicción se considera una aflicción crónica que se caracteriza por sentimientos de deseo compulsivos (craving), comportamientos excesivos en la búsqueda de drogas y síntomas de abstinencia cuando la sustancia no se consume.

Hay quienes no consideran la adicción como una enfermedad(1), argumentando en parte que esto es una definición demasiado reduccionista, debido a los múltiples factores sociales, culturales y psicológicos que la rodean. Sin embargo, aunque la definición lingüística de la adicción puede ser objeto de debate, es importante reconocer que no es simplemente una elección. Diversos estudios han demostrado el impacto que la adicción puede tener en el cerebro. Por ejemplo, se ha descubierto que la corteza prefrontal, área altamente vinculada a la toma de decisiones, se ve afectada por el consumo de drogas(2) y puede ser uno de los principales culpables de la pérdida de control en aquellos que luchan contra la adicción. La adicción puede causar mucho daño a la familia, a la persona afectada y a la sociedad en general. De hecho, el consumo de alcohol representa más del 5% de la carga mundial de morbilidad y lesiones (3). Debemos seguir trabajando para reducir el estigma asociado a la adicción y fomentar una comprensión más completa de esta aflicción crónica.

No todas las personas tienen la misma propensión a desarrollar una adicción(4). Factores sociales y culturales, como la presión de grupo o la falta de oportunidades económicas, pueden influir en el desarrollo de una adicción. Asimismo, la genética también puede desempeñar un papel importante en la vulnerabilidad a la adicción. También se ha observado que los traumas infantiles, como el abuso físico o emocional, pueden aumentar la probabilidad de desarrollar una adicción en la edad adulta. Estos traumas pueden afectar el desarrollo del cerebro en áreas importantes para la regulación emocional y el control de impulsos, lo que a su vez puede aumentar la probabilidad de desarrollar una adicción en el futuro. Adicionalmente, en los últimos años se ha aumentado la investigación sobre la perspectiva de género en la adicción(5), y se han detectado diferencias importantes entre mujeres y hombres. Suele haber una progresión más rápida de la adicción en mujeres, además de mayor porcentaje de consecuencias graves. En parte esto puede deberse a factores sociales, como un mayor estigma hacia la mujer adicta, que implica un menor número de mujeres que acuden a los tratamientos disponibles, y un mayor porcentaje de recaídas.

Existen múltiples tratamientos para la adicción, pero desgraciadamente ninguno muestra un alto porcentaje de éxito. Según el Instituto Nacional de la Salud (NIH por sus siglas en inglés), el porcentaje de recaída tras un tratamiento está entre el 40 y 60%(6). Las terapias conductuales son las que se encuentran con mayor frecuencia en centros de rehabilitación, así como terapias grupales y programas de intervención como los 12 pasos. Eventualmente, aquellos que buscan tratamiento suelen tener éxito (un 75%), pero puede llevar muchos años y por lo tanto mucho sufrimiento. Es una aflicción extremadamente difícil de vencer y generalmente requiere un compromiso a largo plazo y el apoyo continuo de amigos, familiares y profesionales de la salud.

Ante la variable y reducida respuesta, nuevas vías de tratamiento están siendo exploradas. Dentro de estas encontramos la terapia con sustancias psicodélicas, como la ibogaína o la ketamina. Exploraremos un poco más la evidencia existente para esta última.

La ketamina tiene varias vías de actuación en el cuerpo, muchas de las cuales no se conocen bien todavía. Sin embargo, se postula que la ketamina potencia la plasticidad cerebral, algo comúnmente reducido en pacientes con adicción. También potencia la producción del factor neurotrófico derivado del cerebro (FNDC o BDNF por sus siglas en inglés). Esta es una proteína altamente vinculada a las funciones cognitivas y a la neurogénesis. Por último, la ketamina ha mostrado un gran impacto en el tratamiento de la depresión y la ansiedad. La adicción, como muchos otros trastornos, es frecuentemente comórbido con otras enfermedades como la depresión y por lo tanto, una reducción en esta sintomatología puede facilitar la recuperación de la adicción.

La evidencia

Un estudio publicado recientemente por Grabski y colegas (7) realizó un programa de intervención con un grupo de pacientes con adicción al alcohol. Todos los pacientes debían haber permanecido abstinentes por lo menos 24h antes del comienzo del estudio. Recibieron 3 infusiones de ketamina o un placebo. Esto también fue acompañado de un tratamiento psicológico o alternativamente de sesiones de educación sobre la adicción al alcohol. Los autores postulan que, adicionalmente a los efectos químicos y biológicos de la sustancia en el cuerpo, la experiencia subjetiva de la ketamina también puede facilitar la implementación de otras terapias, como el mindfulness.

Se realizó un seguimiento después de 3 y 6 meses. Se encontró que aquellos que recibieron terapia psicológica mejoraron más que aquellos que recibieron sesiones educativas, aunque esta diferencia no fue significativa. El número de días de abstinencia fue significativamente mayor para aquellos que recibieron el tratamiento con ketamina, tanto a los 3 como a los 6 meses. Sin embargo, el porcentaje de recaídas no fue diferente para ningún grupo. Aun así, este estudio muestra gran promesa para el uso de la ketamina en el tratamiento del alcoholismo. Un mayor número de días de abstinencia es de gran importancia, ya que permite un mayor tiempo para la implementación de nuevas técnicas, y la reducción de sintomatología física asociada a la abstinencia.

Adicionalmente, hay varios estudios que emplean la ketamina en el tratamiento de otras adicciones, mostrando buenos resultados en el tratamiento de la adicción a la cocaína (8)(aquí se encontró también una mayor motivación para no consumir tras las sesiones con ketamina), la heroína (9)e incluso la adicción a la comida (10). Otro aspecto positivo que los estudios han revelado es su utilidad en la reducción del uso de opioides (11) en pacientes tanto con dolor crónico como con adicción. El estado alterado de conciencia que crea la ketamina y sus efectos disociativos permite verse a uno mismo y sus problemas desde otras perspectivas, creando así la posibilidad de contemplar una vida sin consumir.

En conclusión, la evidencia actual apunta hacia la ketamina como un posible tratamiento para la adicción, aunque todavía se requieren más estudios para establecer protocolos adecuados y definir la población diana. Además de ayudar a aumentar los días de abstinencia, las propiedades antidepresivas y terapéuticas de la ketamina aportan un valor añadido al reducir sintomatología y estimular cambios neuronales y cognitivos.

Bibliografía

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